España: Una Nación de Naciones en Clave Federal

La DANA y otras tragedias recientes han puesto sobre la mesa, con toda su crudeza, una realidad incómoda: el déficit de cultura federal que existe en España. En lugar de actuar la cogobernanza y la lealtad institucional, PP y PSOE siempre caen en el juego de la politización y el oportunismo. Y esto no es nuevo. Durante décadas, la democratización territorial del Estado ha sido lastrada por inercias centralistas y reticencias hacia el pluralismo, ese pluralismo que debería ser la base de un verdadero Estado compuesto.

El título VIII de la Constitución establece que España es un Estado plural organizado territorialmente en municipios, provincias y comunidades autónomas con autonomía para la gestión de sus intereses. Sin embargo, esta realidad siempre se ha abordado con hostilidad por parte de los gobiernos centrales de turno, incapaces de asumir una comprensión amplia del pluralismo y del principio democrático. Esta actitud se refleja en medidas como la limitada apertura a la iniciativa legislativa popular o la resistencia a los referendos autonómicos, incluso cuando se trata de consultas claramente vinculadas al ejercicio de la autonomía territorial.

Este rechazo a desarrollar la cultura federal no es solo un obstáculo para avanzar hacia un modelo territorial más equilibrado, también ha alimentado el descontento de territorios como Catalunya, Euskadi y en menor medida en Galicia y otras CCAA. 

La percepción de haber llegado a un callejón sin salida en la relación entre las comunidades autónomas y el gobierno central ha empujado a sectores de la ciudadanía a buscar otras vías, como las consultas populares. Estas iniciativas, aunque a menudo desacreditadas siempre por el PSOE y por el PP como “gestos nacionalistas”, son en realidad expresiones de republicanismo democrático que buscan ampliar los cauces de participación. No es casualidad que entre quienes han participado en estas consultas se encuentren inmigrantes, vecinos sin derecho a voto en las elecciones generales, o personas que, sin ser independentistas, ven en este ejercicio una forma de cuestionar las limitaciones del sistema actual.

En este contexto y por mucho que PPSOE se empeñe, el federalismo no es antagónico al concepto de España como una Nación de Naciones. Al contrario, es la herramienta que mejor puede articular esta pluralidad en una estructura que respete las identidades territoriales y, al mismo tiempo, fortalezca la democracia. La cogobernanza, especialmente en momentos críticos como una crisis climática o una emergencia sanitaria, es el camino para garantizar un Estado más eficiente, equitativo y preparado para responder a las necesidades de todos sus ciudadanos.

Pero el federalismo no se construye solo con leyes o reformas constitucionales. Requiere voluntad política, lealtad institucional y un cambio de mentalidad que reconozca que España no es un Estado uniforme, sino una rica y compleja pluralidad de realidades territoriales, históricas y culturales. 

Es el momento de mirar más allá de los esquemas centralistas o de las pulsiones recentralizadoras que solo agravan las tensiones. Solo con una verdadera cultura federal, enraizada en el respeto al pluralismo y la democracia, España podrá consolidarse como una Nación de Naciones capaz de afrontar los desafíos del siglo XXI.

Un Estado que niega o limita estas aspiraciones no puede calificarse de democrático avanzado, como proclama la Constitución. El desafío ahora no es decidir si debemos avanzar hacia un modelo federal, sino también al tipo de federalismo que necesitamos: uno que no solo respete la pluralidad, sino que la celebre como la gran fortaleza de esta Nación de Naciones.

En resumen, la España plurinacional y el federalismo no solo no son incompatibles, sino que son dos caras de la misma moneda: una nación de naciones que busca organizarse políticamente para respetar y potenciar su diversidad. La clave está en comprender que la diversidad no es un problema, sino una riqueza que debe gestionarse con inteligencia y generosidad.

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