Alejados de la Realidad.
Soy dado en descreer de buena parte de las virtudes que se han atribuido a los procesos educativos.
No descreo totalmente, pero me parece ingenuo y, a veces, cínico, imputar toda suerte de bondades abstractas a la educación. Obsérvese que ante cada cuestión para la que la sociedad no tiene soluciones las voces discrepan hasta que coinciden en dos puntos: hace falta educación y campañas de información, léase publicidad, que es lo más contradictorio de lo educativo, pues tiende a eliminar lo reflexivo y crítico.
La cuestión de fondo es que, desde hace unos 250 años, se ha venido considerando la educación como lo que recibía la persona en sus primeros años: un equipaje de saberes y valores que le acompañaría el resto de su existencia. Después se incluyó la certidumbre de que un mínimo de conocimientos era indispensable para la igualdad de oportunidades.
¿Sirve, hoy, ese modelo?
Es obvio que la educación sigue siendo factor de igualdad e imprescindible para la continuidad del conocimiento. El problema surge cuando nada es estable, pero en realidad ¿sabemos cómo enfrentarnos a esas mismas situaciones que socialmente aceptamos?
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