El Fin del Letargo (2)

El despertar de los gallos.

En las tierras doradas de Iberia, donde el sol se derrama como vino sobre un mantel arrugado, España gira en círculos, bailando un vals con un reloj de arena roto. ¡Tic-tac, pero no avanza! Se besan las piedras antiguas y las estatuas susurran secretos que nadie escucha, porque las orejas están ocupadas con promesas rotas, y el polvo de los siglos flota como confeti en una fiesta que nunca termina. 

El régimen del 78 es una chaqueta vieja colgada en el perchero de un museo que nadie visita, pero todos veneran. Monarquía, ¡oh, monarquía!, corona de papel maché que flota sobre cabezas dormidas. ¡Basta ya de relojes con agujas que se retrasan! ¡Basta ya de apellidos que se repiten como un eco! Los reyes cazan elefantes invisibles mientras los ciudadanos cazan sueños que se escapan por el desagüe.

¡Despertad, despertad!, pero no con café, no con revolución. Despertad con el grito del gallo rojo y del gallo negro, que se baten en un duelo interminable bajo cielos de hojalata. Uno canta revolución, el otro susurra anarquía, y entre sus cantos se enredan los sueños de una España que busca, una vez más, dónde empezar a caminar. La Tercera República, la cuarta, ¿qué importa? Los gallos siguen cantando, pero ¿quién los escucha?

España no es un país, es un collage de cielos, de trenes que se descarrilan solo para volver a la vía muerta. La historia se repite, sí, pero la próxima vez los pájaros van ha tomar el poder. La monarquía va ha volar por los aires y las banderas se doblarán como águilas de papel que caen en picado. El clientelismo, esa sopa de letras sin sentido que nadie logra leer, se desvanecerán porque las palabras ya no importan. Lo único que importa es el silencio entre las notas, los huecos en el cuadro, el espacio vacío en el trono.

Y así es como España debe despertar, no con un rugido, sino con el eco de los gallos que aún cantan, rojo y negro, en un rincón de la historia.

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