De Procusto y otros idiotas: un alegato para dejar de ser tan españoles

En la mitología griega, Procusto era el tipo que te daba cama... y después te ajustaba a ella con serrucho o poleas, según hiciera falta. Si eras muy alto, te amputaba las piernas; si eras bajo, te estiraba hasta que crujieran tus huesos. Una joya de la hospitalidad, vaya. Pero no estamos aquí para hablar de mitos. Estamos aquí para hablar de cómo este "cabrón" es el espejo perfecto de nuestra sociedad.

Procusto es el idiota arquetípico: ese que ve solo lo suyo y se cree la medida de todas las cosas. El que no escucha, no debate, no cambia, no aprende. Y, por desgracia, vivimos en un país lleno de pequeños Procustos: cada uno en su trinchera, aferrado a su verdad como si fuera una maldita reliquia.

Si esto te molesta o incomoda, vamos bien. Esa incomodidad es el primer paso para dejar de ser "idiota". Porque, mira, el problema de España no es que seamos diferentes a otros pueblos. Es que somos incapaces de aceptar esa diferencia sin sacar las tijeras o la cuerda. Aquí, si alguien no encaja en nuestra cama de hierro –llámala ideología, cultura, creencias o simplemente prejuicios–, lo recortamos. Lo anulamos.

Y así, mientras unos se estiran hasta reventar para agradar, otros se quedan cojos de tanto cortar. El resultado es siempre el mismo: una sociedad deformada, hecha a golpes, que confunde el ruido con el diálogo y la rigidez con la verdad.

La epidemia de los idiotas

La verdadera epidemia no es la falta o el exceso de información, es la falta de humildad. ¿Cuántas veces hemos visto a alguien cambiar de opinión porque otro le ha presentado un argumento mejor? Pocas. Muy pocas. Porque aquí no debatimos para aprender; debatimos para ganar.

La vida no es una guerra, ¡maldita sea! Es un intercambio, un trueque. Yo te muestro mi pedazo de realidad, tú me muestras el tuyo, y juntos intentamos entender el puzzle completo. Pero eso requiere algo que nos falta: la capacidad de escuchar y de ver. No de oír y mirar, sino de escuchar activamente, de verdad.

Salir de la cama de hierro

¿Sabes qué nos haría menos idiotas? Ponernos en los zapatos del otro. No para quedarnos ahí, sino para mirar desde su perspectiva. Entender que no hay una sola verdad, sino muchas. Que cada una es válida desde su lugar, pero no es absoluta.

Y no, esto no significa que todas las opiniones valgan lo mismo. Hay interpretaciones que se acercan más a la realidad que otras. Pero para distinguirlas, primero hay que escucharlas, analizarlas y verificarlas.

El desafío de ser menos españoles.

Procusto es la antítesis del diálogo, y el diálogo es lo único que puede salvarnos. No hace falta que estemos de acuerdo en todo, pero sí que aprendamos a convivir. Porque una sociedad no se construye con unanimidad, sino con diversidad y respeto.

Así que, por favor, dejemos de ser tan idiotas. Guardemos el serrucho, soltemos las poleas y ampliemos nuestras malditas camas. Porque, si seguimos cortando y estirando, lo único que nos espera es el mismo destino que Procusto: la soledad y el olvido.

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