Sálvese quien pueda: el himno de una sociedad podrida
Nos sentamos a comer en la mesa de un buen restaurante, traen la carta, un vistazo a los precios y nos pedimos el plato del día. Escuchas a los amigos y te pones al día contando las mismas historias de siempre ... ¿las mismas de siempre? Las mismas, no. La música, los viajes, los baretos... brillan por su ausencia. La cantinela es distinta a la de siempre, ahora es un bucle eterno de quejas vacías y soluciones inexistentes: que no encuentro piso, que no llego a fin de mes, que no puedo pagar esto o aquello, que los precios suben y ellos bajan. Pero cuando les preguntas qué hacen al respecto, ahí se callan. Es el silencio del derrotado, el "bueno, ya veré, haré lo que pueda"... es el eco del “sálvese quien pueda”.
Esa es la verdadera peste que lo está infectando todo. El maldito “sálvese quien pueda”. Ya nadie mira a los lados, ya nadie tiende la mano. Todo el mundo por lo suyo, corriendo como ratas en un barco que se hunde, cada uno con su tabla de madera mal cortada, esperando que los otros se ahoguen primero. La solidaridad murió y la enterraron en una cuneta, sin epitafio.
Es más fácil mirar hacia otro lado que arriesgarse a ayudar al que tienes al lado. Es más cómodo dejar que el sistema te devore si piensas que, al final, serás el último en caer. Pero no funciona así. Nadie se salva solo. El “sálvese quien pueda” es el veneno que nos está matando. Es el grito desesperado de un mundo que ha olvidado cómo es "ser humano".
Y mientras tanto, ahí están los de arriba. Los que de verdad mandan. Riéndose en sus despachos con vistas al abismo. Porque ellos saben que el “sálvese quien pueda” les funciona. Divide y vencerás, decían los romanos. Y se lo estamos poniendo fácil. Nos dividimos, nos enfrentamos entre nosotras y nosotros, nos hundimos solos mientras ellos se llenan sus bolsillos.
No hay sociedad, hay jauría. No hay comunidad, hay "sálvese quien pueda". Cada cual con su rabia, con su frustración, con su miedo. Y ese miedo es el que nos está devorando. Nos han hecho creer que la única forma de sobrevivir es pisar al de al lado. Que el vecino es el enemigo, que el inmigrante es el culpable, que la culpa de todo la tienen las feministas o las huelgas de los trabajadores. Una mentira más en un mar de mentiras.
Y aquí estamos, chupándonos el dedo, cada vez más solos, cada vez más perdidos. Cada uno mirando por su pellejo mientras el mundo se cae a pedazos. Porque el “sálvese quien pueda” no es una solución, es una condena. Una trampa mortal para los de abajo mientras los de arriba celebran nuestra ceguera con champán del bueno.
Pero lo peor no es que el mundo se hunda, lo peor es que estamos ayudando a hundirlo. Con nuestro silencio, con nuestro egoísmo, con nuestro maldito miedo. Entonces qué ¿Sálvese quien pueda… y al carajo los demás?
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