Bomb City: cuando la justicia se pone del lado del asesino.
Acabo de ver Bomb City. Una película basada en un caso real ocurrido en Texas a finales de los 90 que está de plena actualidad. Un joven punk, Brian Deneke, es asesinado a golpes por un deportista de clase alta. El juicio fue una farsa. El agresor, con dinero, abogado caro y apellido limpio, prácticamente sale impune. El mensaje que flotó en el aire fue claro: Brian se había buscado que lo mataran por vestir raro, por desafiar las normas, por ser diferente. Bomb City no es solo una película. Es un espejo incómodo. Nos refleja a todos. Refleja cómo las sociedades, incluso las que presumen de libertad y democracia, siguen juzgando más por la pinta que por los hechos. En la película, los punks —jóvenes de clase trabajadora, creativos, incómodos— son criminalizados por el simple hecho de existir fuera del molde. Mientras tanto, los agresores, bien peinados y con futuro, son justificados: “se sintieron provocados”. “Estaban nerviosos”. “Fue un accidente”. Esa doble vara de medir no es exclu...